martes, 26 de agosto de 2014

Sadako y las grullas

Sadako y las grullas

“Si doblas mil grullas de papel, los dioses te concederán un deseo.”
Solo era una vieja leyenda. Pero su amiga Chizuko se la contó con tanta convicción mientras le arreglaba la almohada, que Sadako acabó por sonreír.
“Aquí tienes tu primera grulla”, le dijo Chizuko antes de irse. Depositó una figura de origami entre las manos de su amiga. Sadako pestañeó. Era un pájaro dorado. Se marcaban los pliegues torpes en el papel de regalo, las alas estaban torcidas y la cabeza apenas erguida. “Gracias”, dijo Sadako. “Es la grulla más bonita del mundo”.
Aquella noche, moviéndose en silencio para no despertar al niño que compartía habitación con ella, Sadako se levantó de la cama. Sobre la mesita de noche, había un el bote de medicamentos y usó su etiqueta para doblar una grulla de papel. Tomó la de su amiga como modelo. No le costó descifrar cada paso que debía dar. Satisfecha con el resultado, pensó que solo le quedaban 999 grullas por doblar.
Siguió doblando a lo largo de la noche, cada grulla un poco más fácil que la anterior. Por la mañana, le enseñó todas las que había hecho, una docena, a su compañero de habitación. “Quiero volver a correr”, dijo Sadako, “y los dioses me concederán ese deseo. ¿Por qué no te animas a doblar grullas conmigo? Seguro que tú también quieres curarte”.
El niño negó con la cabeza. Un movimiento apenas perceptible, pero después de varios meses juntos, Sadako ya se había acostumbrado a los gestos débiles de aquel niño de ojos grandes. “Sé que moriré esta noche”, dijo él. Y así fue. Los médicos se lo llevaron de madrugada. Para no ver la cama vacía, Sadako se quedó mirando a través de la ventana. Al empezar un nuevo día, los rayos de sol fueron iluminando las ruinas de su ciudad.
¿Cuántos niños enfermos debía de haber en toda Hiroshima? ¿Y en todo el mundo? Sadako decidió ampliar su deseo: doblaría mil grullas por la paz y por la curación de todas las víctimas del mundo. No quería que ningún niño dejara de correr, como le había pasado a ella. Les pidió a las enfermeras que le trajeran papeles de colores y dedicó las semanas siguientes a doblar una grulla tras otra sin moverse de la cama de hospital.
El 25 de octubre de 1955, una enfermera entró en la habitación. Traía un zumo de naranja para Sadako, como cada mañana. Pero al ir a despertar a la niña, comprobó que ésta había fallecido. Otra víctima de leucemia. O, como la llamaban entonces en Japón, “enfermedad de la bomba A”, pues la causaba la radiación de las bombas atómicas que cayeron diez años antes sobre Hiroshima y Nagasaki.
Sadako había tenido energías suficientes para doblar 644 grullas. Llenaban de colores toda la habitación: un arcoiris de pájaros en la mesita, en el lavamanos, en el alféizar, en el armario abierto. Sus compañeros de colegio doblaron las 356 grullas restantes para cumplir el deseo de su amiga.
“Si doblas mil grullas de papel, los dioses te concederán un deseo.”
En la actualidad,  Sadako y su historia son un símbolo pacifista que recuerdan los peligros de la energía nuclear. Hiroshima honra su memoria con una estatua cuya inscripción pide un grito, una plegaria por la paz en el mundo. Las grullas de papel que la niña llegó a doblar se exhiben en el museo de la misma ciudad, junto a todas las que donan los visitantes. Y por cierto, en Barcelona hay una escuela que lleva su nombre.
Os dejamos un vídeo tutorial para aprender a crear vuestras propias grullas de origami.

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