martes, 21 de mayo de 2013

La FAO y los insectos


La FAO y los insectos

Por:  20 de mayo de 2013
Autor invitado: Esta entrada ha sido escrita por Carlos Ballesteros, profesor de Comportamiento del Consumidor y militante activo por una economía basada en las personas
Chapulines
Autor: Meutia Chaerani /Indradi Soemardjan http//www.indrani.net


De primero, langosta, pero no de esas que nadan en los cálidos mares del Caribe y son un lujoso manjar. De primero, langosta de las que saltan, se parecen a los saltamontes y a veces atacan cosechas de cereales. De primero, langosta a la parrilla y de segundo, cola de escorpión con acompañamiento de verdura, para terminar con un postre a base de espuma de hormigas y tijeretas con miel. Eso es lo que parece que propone la FAO en un reciente informe sobre maneras de acabar con el hambre en el mundo, como publicaba la semana pasada este periódico, y que recoge la necesidad de ser creativo para buscar soluciones al hambre del mundo. Un mundo que se encamina raudo a los 9.000 millones de habitantes, cada vez más difíciles de alimentar.

Hace años estuve en México y mi acompañante se empeñaba en que probara los chapulines, un insecto rojo que aderezado con limón y ajo no se diferencia mucho, una vez en su cucurucho, de nuestros camarones. Y sin embargofui incapaz de probarlo, como he sido incapaz de probar ciertos manjaresde nombre impronunciable en China, alguna propuesta gourmet en África o, sin ir más lejos, algunas de las vísceras de larga tradición en nuestra cocina castellana. Y me considero viajado, experimentado y abierto a probar y dejarme inculturar por otros pueblos y otras gentes.

A pesar de los estudios de la FAO sobre los contenidos en proteínas de estos bichos, la abundancia de ellos en el mundo y lo baratos que son, no me veo sustituyendo mis actuales hábitos alimentarios por estos nuevos. Claro que a los ingleses también les dan asco nuestros sabrosos chipirones en su tinta y los caracoles. Delicioso manjar para algunos, repugnantes en otras partes del planeta.

Yo no paso hambre. Y por lo tanto no soy población en riesgo, por ahora, para tener que cambiar de menú y de hábitos de compra. Es cierto, pero no por lo que diga ahora la FAO sino porque ya se viene diciendo desde muy atrás: el tristemente desaparecido Luis de Sebastián, en su Planeta de gordos y hambrientos (2009, Ariel) ya lo denunciaba, que el mundo desarrollado come demasiada proteína de origen animal mientras que el mundo empobrecido se contenta con un mísero plato de cereal insípido, aderezado de transgénicos y demás intereses de las multinacionales. Para muestra un botón muy bien relatado en el documentalTres historias y un vaso de leche, correalizado por otro de los autores de este blog, Álvaro Porro.

Así las cosas, señores y señoras de la FAO, no creo que la solución que ustedes proponen para acabar con el hambre mediante recetas a base de insectos vaya más allá de una ocurrencia. Me extraña que un organismo de prestigio como el suyo diga cosas como que la estrategia pasa "en los trópicos, donde comer bichos está más aceptado que en Occidente (...), por difundir que los insectos son una valiosa fuente de nutrición para contrarrestar la crecienteoccidentalización de dietas. En las sociedades occidentales, en cambio se necesitan estrategias de comunicación y programas educativos que aborden el factor asco." La FAO termina recomendando "la creación de nuevas recetas y menús en los restaurantes hasta el diseño de nuevos productos alimenticios."

El hambre en el mundo es algo muy serio, que pasa por denunciar los intereses económicos que hay detrás de la comidaConvertir insectos en manjares no es sino abrir las puertas a unas pocas multinacionales para que se hagan con el mercado. Crearán granjas, patentarán bichos (como ya han hecho con las semillas) y nos sacarán al famoso de turno comiendo un plato de larvas, a la vez que sus potentes lobbys influirán para liberalizar el comercio, legislar a favor de un control sanitario que sólo les permita a ellos certificar que sus insectos son asépticos y aptos para el consumo humano, y declararán 2014 año de la mantis. Mientras tanto la FAO, en vez de trabajar por la redistribución de los recursos, la lucha contra la privatización de los alimentos y el acaparamiento de tierras, se entretiene proponiendo libros de cocina.

Ignominia


Ignominia

Hay más dignidad en la uña del meñique de un desahuciado que en toda la cúpula que nos aniebla

 16 MAY 2013 - 00:00 CEVivimos en un tiempo de canallas sumidos en un estado de necedad permanente. Lo interesante para quienes somos víctimas del navajismo institucional, de lo que ha dado en llamarse su violencia simbólica, es averiguar qué nació primero. Si el ser canalla o el ser necio. Quién alimenta a quién. O si el canalla, al saberse aupado por sus pares a la cresta del capitalismo caníbal, ha perdido toda compostura, todo pudor, y no le importa en lo más mínimo que su retorcida necedad se exhiba en plaza pública. ¿Quién va a bajarme de la cima? ¿A mí? Vamos, hombre.

 Gallardón, Margallo, Morenés y Rajoy, por citar solo a algunos; las Báñez, Botella, Cifuentes y Cospedal, por mencionar a unas pocas otras. Así es como los directivos de la televisión pública y sus palmeros, y los guerra civilistas de los periódicos insanos. Así es como los ejecutivos de las grandes empresas y de los grandes bancos que se blindan los sueldos y las pensiones y los bonos... Así es, termino por fin la frase —en algún momento hay que hacerlo, pero sujetos no faltan—, así es como toda esta banda de añejos arribistas se carcajea de nosotros. Pisoteando nuestros cráneos y sin importarles la vergüenza ajena que sus dislates nos provocan.
“¡Mira, madre! ¡Estoy en la cima del mundo!”, gritaba al final de Al rojovivo, la película de Roul Walsh, el asesino nato Cody Jarret, héroe negativo de una época turbulenta.
Estos depredadores de ahora se gritan los unos a los otros: mira chico, yo también he llegado, y cada día se me ocurre algo más necio. Los de abajo, los desangrados, empezamos a añorar a los clásicos gánsteres.
Hay más dignidad en la uña del meñique de un desahuciado que en toda la cúpula que nos aniebla.


Luba Grijalba


“La asignatura de Religión contará para becas, media y repetir curso”. (José Ignacio Wert ministro de Educación.)

Esta noticia me ha recordado una situación que me ocurrió allá por el año 1963 (ya ha llovido) cuando acabé mis estudios de Maestría Industrial con una nota media de 9,25 (si descontamos la asignatura de Religión.)
En el examen de reválida de dicha asignatura, nos pusieron una redacción libre sobre “El pecado original”. Recuerdo que ya había tenido ciertas diferencias con el profesor sobre este tema; “problema”, pensé para mis adentros, “o cuento lo que el profesor quiere que cuente o cuento lo que realmente pienso”. Y como os podéis figurar, opté por contar mi versión.
Expuse que no creía en el pecado original para todos los hombres por dos razones:
1) Que para pecar, como siempre se nos había dicho, había que tener INTENCIÓN de pecar y que yo, en ningún momento había tenido intención de hacerlo, entre otras cosas porque nunca había vivido en el Paraíso y por tanto, Dios, no me prohibió nada.
2) Que si Adán y Eva habían pecado comiendo de la famosa fruta, allá ellos, yo no había comido. Y, argumentaba, que si un padre que había heredado una fortuna la dilapidaba en vino, mujeres y juego, evidentemente, su hijo no heredaría la fortuna (léase Paraíso) pero que era injusto (y Dios era infinitamente justo) acusar al hijo de ser un borracho, putero y jugador.
Resultado: Suspenso en Religión con un hermoso y redondo “rosco”. Y como la Religión tenía en aquel entonces un peso específico muy alto, con un cero no me querían hacer la media ni dar el titulo de Maestro Industrial.
Me llamaron a la Junta de Profesores, que por cierto, salvo el de matemáticas y el de física, me trataron como si fuese un hereje (para la Junta es lo que era) y se reafirmaron en que ni media ni título. Por suerte, esos dos profesores (previa pregunta de si era ateo y yo contestar que no) en atención al resto de mis notas, pudieron convencer al resto, el de Religión incluido, para que en vez de un “cero” me calificasen con un “uno” y así poder hacer la media y darme el título. Ni que decir tiene que la calificación media final se me fue al carajo. Pero al menos me dieron el título.
Con la “Ley Wert” tengo la impresión de que volvemos a aquellos tiempos.